El duelo en la infancia: el apoyo psicológico desde la familia, la terapia y la escuela

En la sociedad contemporánea la muerte es un tema tabú del que se prefiere ni hablar, ni compartir con los demás, un hecho del que se prefiere huir mediante el silencio y la evitación por miedo a enfrentarnos a ello. Pero esta actitud es inadecuada, ya que los efectos emocionales se sufrirán igual, pero no se podrá recibir o dar el apoyo que tanto puede beneficiar.

Y si lo focalizamos en la infancia, el conflicto aumenta. A menudo, la sociedad, parece querer proteger a los niños de los aspectos emocionales de la muerte, posiblemente debido a la creencia de que la muerte no tiene ningún significado real para ellos, que son demasiado jóvenes para entender lo que ha ocurrido y, por tanto, demasiado joven para llorar (Baez, 1998). Pero los niños necesitan estar tristes.

Aun así, en los últimos años, parece estar cambiando, con una creciente conciencia de los efectos que la pérdida y el duelo puede tener en los niños.

Sujetar emocionalmente y ayudar a los niños y adolescentes en estas circunstancias a elaborar sus emociones parece ser crucial en el proceso de ayuda. Por ello, la intervención de los psicólogos es fundamental en el proceso de duelo, no solo como asesores y facilitadores en el contexto familiar, o como terapeutas del niño o adolescente que sufre, sino también como formadores de los profesores en este ámbito, ya que son un elemento importante en el día a día del infante. Es esta última idea en la que se pretende ahondar y hacer hincapié en este artículo.

 

1.  EL DUELO

El duelo es un trabajo, un proceso simbólico y emocional, normal, de lento y doloroso desprendimiento de un objeto o sujeto importante para la persona, que supone un reordenamiento de algunos de los aspectos de nuestro ser. Es la elaboración psíquica y comportamental en forma de sufrimiento y aflicción, cuando el vínculo afectivo se rompe (Gómez Sancho, 2004).

La consideración más frecuente es ligar el duelo con una pérdida, y en sentido estricto, no hay duelo sin la pérdida de un objeto amado, pero cabe destacar que no ante toda pérdida vamos a encontrarnos con un duelo (Donzino, 2006).

En términos de frecuencia, diversos autores (Gómez Sancho, 2004; Bayés, 2001; Holland, 2008) han estimado que entre el 4 y 7% de los niños han sufrido una experiencia de muerte de sus padres antes de la edad de 16 años. Pero mucho más niños o adolescentes se ven afectados por la separación de sus padres, en ocasiones suponiendo perderán contacto con uno de sus padres y por tanto pueden sufrir un duelo.

Además, la pérdida inicial potencialmente conduce a más pérdidas, como amigos, el hogar, las escuelas, las comunidades y estabilidad. Otros aspectos no tan evidentes que pueden suponer un sufrimiento normal de pérdida son el cambio de colegio, la marcha de una de las cuidadoras a la que estaban especialmente vinculados, aspecto que no se suele tener en consideración, la pérdida de un objeto (algún  muñeco, anillo, etc.) que tuviera un valor simbólico especial, o la pérdida de un estatus o idea, como por ejemplo pasar de ser hijo único a no serlo o dejar de ser niño para hacerse adulto, entre otros.

Por ello, elaborar el duelo significa ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida, valorar su importancia y soportar el sufrimiento y la frustración que comporta.

 

2.  EL DESARROLLO DEL CONCEPTO DE MUERTE EN LA INFANCIA

La edad del niño en el momento de la pérdida es el factor más importante en la comprensión del concepto de muerte y de sus consecuencias emocionales (Villanueva y García, 2000).

Durante el primer año de edad el niño está ocupado en distinguir entre él mismo, el entorno que le rodea y la persona que lo atiende. Por ello, reaccionan con angustia ante la pérdida de la principal persona que los cuidaba (usualmente la madre). Además, es posible que capten el dolor de quienes les rodean cuando éste toma forma de llantos, de cambios en el programa y en las rutinas, y de ruidos y estímulos adicionales en el ambiente del hogar. La ausencia de rostros sonrientes y de períodos de juegos, o que ya no lo sostengan en brazos, puede tener un efecto acumulativo.

A partir del año estará muy ocupado explorando su entorno, desarrollo la consciencia de la permanencia de un objeto que esté fuera de su campo visual, es decir, que aunque no lo vea, existe. Desarrolla una representación o imagen mental del objeto. Por ello, los niños menores de 3 años tienen una escasa comprensión de la causa o finalidad de la muerte, aunque reaccionan a la separación y responden a los cambios en su mundo inmediato. Las reacciones comunes a la muerte son el llanto, la conducta aferrada, se “pega” al cuidador, y conducta regresiva en general.

Los Pre-escolares de 3 a 5 años en cambio se enfocan en detalles concretos. Personalizan la experiencia y pueden llegar a creer que pueden haberla causado ellos,  por ejemplo, pueden pensar que la muerte de su padre es un castigo por portarse mal. Debido a que todavía son incapaces para manejar el tiempo y el concepto de finalidad, creen que la muerte es reversible. Además, consideran que la persona muerta conserva cualidades de las personas vivas. Las reacciones comunes a la muerte a esta edad son el miedo a la separación de los padres y otros seres queridos, rabietas y explosiones de irritabilidad, llanto y aislamiento, además de conducta regresiva, trastornos del sueño o incremento en los temores usuales como a la oscuridad por ejemplo.

Entre los 5 y los 9 años más del 60% de los niños personifican a la muerte como a un ser con existencia propia. El niño mayor de 6 años comienza a considerar la intención, hasta llegar al punto en que distingue entre rotura accidental o intencionada. A su vez, comienzan a aparecer las consecuencias de su educación religiosa, social y familiar. A esta edad se da una mayor comprensión respecto a la propia salud personal y seguridad. Sin embargo, se da la personificación de la muerte (creen en el “hombre del saco” por ej.), sus respuestas van encaminadas a causas específicas más que a procesos generales: pistolas, cuchilladas, explosiones, ataque al corazón, etc. Durante este período hay una auténtica curiosidad por ver lo que ocurre después de la muerte. Las reacciones comunes a la muerte son la rabia, comportamiento envalentado, negación, irritabilidad, culpa, fluctuaciones en el humor, miedo a la separación, a estar solo, además del aislamiento, regresión y quejas físicas (dolor de estómago o de cabeza). Frecuentemente problemas escolares y dificultades de concentración.

Los  preadolescentes, de 9 a 12 años tiene una comprensión madura de la muerte, ya que es concebida por los cinco conceptos que lo caracterizan, es permanente, irreversible, inevitable, universal y no funcional. Por ello, las respuestas son semejantes a los de los adultos aunque frecuentemente se suelen dar exagerados intentos por proteger/ayudar a los cuidadores y miembros de la familia. Impera el sentido de responsabilidad en los conflictos familiares y suelen darse fuertes deseo de continuar con el compromiso social. Aun así, por norma general, suele brillar el sentirse diferentes a otros que no han experimentado una muerte. Debido a la mayor madurez de su personalidad, los adolescentes pueden enfrentar en mejores condiciones las consecuencias de la muerte. A diferencia de los niños, no dependen por completo de sus padres para desarrollarse; no obstante, si pierden a uno de estos pueden presentar problemas muy peculiares, tales como abotargamiento, re-experimentación del hecho, evitación de sentimientos, resentimiento, pérdida de confianza, culpa, vergüenza, depresión, pensamientos suicidas, aislamiento, ansiedad, pánico, oscilaciones del humor, irritabilidad, exagerada euforia. Lo más prototípico a esta edad quizás sean los “acting out”, es decir, involucrarse en actividades de riesgo, antisociales, ilegales o abuso de sustancias. A pesar de que muchas veces tratan de ocultarlo, suelen tener miedo a eventos similares, a la enfermedad, muerte o el futuro.

2.1.  Factores que afectan en la adaptación a la pérdida en el niño

Villanueva y García (2000) sostienen que en el niño un duelo saludable depende de una serie de factores:

  • La edad del niño en el momento de la pérdida.

Relación emocional del niño con el objeto perdido, es decir, el grado de apego con lo perdido. Cualquier muerte tendrá un impacto en el niño, ya sea la de abuelos, de la mascota, del juguete, cambio de escuela, etc., pero la muerte de sus padres va a ser la más angustiante para el niño. La “certeza” de la infancia es que sus padres siempre estarán allí, disponible, para cuidarle y quererle, y con la muerte esta seguridad desaparece, al menos parcialmente. En tales casos, el mundo puede ahora ser visto por los niños como un lugar no tan seguro como se había asumido, siendo fácil, además, pensar que si un padre muere, entonces ¿por qué no podrá hacerlo el otro también? (Holland, 2008).

  • Las características de la pérdida, si es repentina, lenta o violenta.
  • Sensibilidad y ayuda de los miembros supervivientes de la familia ante sus sentimientos y necesidades emocionales. Mazaira y Gago (1999) informaron de que el mayor factor de riesgo para los niños que han sufrido una pérdida es el nivel de ajuste y el bienestar psicológico del padre sobreviviente, en caso de tratarse de la pérdida de un progenitor. En ocasiones, este puede no estar emocionalmente disponible para el niño y ser incapaz de facilitar su duelo. Los niños pueden entonces convertirse en el “olvidado dolientes», aisladas y vulnerables.
  • Su propia experiencia de pérdidas anteriores.
  • Su herencia familiar, enseñanza religiosa y cultural.
  • Actitud que ha adquirido a través de la observación de la reacción de sus padres, otros adultos y compañeros ante la muerte de otros (aprendizaje vicario).
  • La participación en el cuidado e información adecuada y lo más completa posible favorece la mejor evolución y asunción de la situación de perdida.
  • La falta de consistencia en la disciplina impuesta al niño o adolescente tras la pérdida, por compasión o incapacidad del adulto, puede dificultar la adaptación.

3. OBJETIVOS EN LA ATENCIÓN PSICOLÓGICA AL DUELO EN NIÑOS Y ADOLESCENTES

El objetivo en la atención psicológica al duelo en niños y adolescentes es el mismo que en los adultos, es decir, prevenir un duelo dificultoso y facilitar el proceso de adaptación.

Para favorecer en el niño un duelo saludable es determinante la calidad de la red de apoyo, no solo los familiares, también la escuela y amigos (Holland, 2008).

Por ello, el presente artículo tiene como objetivo determinar la importancia del papel del psicólogo toda la red de apoyo del niño y adolescente, no solo en la consulta terapéutica.

3.1.   Ámbito familiar

Desde el ámbito familiar, con la colaboración y asesoramiento de un equipo psicológico, es necesario implicar a los niños o adolescentes, de acuerdo a su edad, en los sucesos que se están viviendo, informándoles de la situación de forma sencilla y natural posible. En la comunicación emocional, los adultos, si les afecta a ellas también, no tiene que temer mostrar el dolor o la preocupación de forma controlada, esto hará que el joven también se sienta libre de poder mostrar sus emociones.

Si es un familiar o ser querido quien está enfermo, se les debe involucrar en los cuidados del enfermo, adecuados a su edad y desarrollo madurativo, así como facilitar la despedida, permitirles ver el cadáver, solo si lo desean, y participar en los ritos funerarios acompañados por una persona cercana (Mazaira y Gago, 1999).

También pueden darse otro tipo de perdidas, no necesariamente la muerte de alguien querido, y en cualquier caso, se les explicará previamente cada situación, teniendo la absoluta certeza de que lo han entendido por completo y no les quedan dudas que posteriormente puedan angustiarles. Las fantasías son, a menudo, peores que la realidad.

La madre, padre o familiar cercano, con quien se sienta cobijado, debe dedicar un tiempo diario a estar con el niño o adolescente, a garantizarle afecto a pesar del dolor y fomentar de emociones, tanto de tristeza como de rabia. Ser capaces de entender las emociones que están sintiendo aunque no necesariamente consentir cualquier mal compartimento, excusándolo en el dolor. Como anteriormente se ha comentado, los límites y las normas también les dan seguridad, les calman, pero por supuesto con empatía.

Además, será facilitador retomar el ritmo cotidiano de las actividades para normalizar su vida, evitar expectativas o responsabilidades excesivas. Es importante que el resto de su vida se mantenga lo más constante posible (Holland, 2008).

Pero sobre todo, teniendo en cuenta el elemento característico en los niños, habrá que evitar que ocupen el “papel” de la persona fallecida como forma de agradar y satisfacer a los adultos, actitud bastante habitual en los adolescentes sobre todo (Mazaira y Gago, 1999).

3.2.  Ámbito psicoterapéutico

Los niños, y no necesariamente los más jóvenes, tienen dificultad a la hora de expresar verbalmente sus emociones. No es fácil para elles saber identificarlas y nominarlas tal y como los adultos lo hacemos. Ellos las sienten pero no siempre puede exteriorizarlas adecuadamente, porque muchas veces ni siquiera las comprenden, en ocasiones no entienden qué les sucede aunque saben que les hace sentirse mal. En el caso de la vivencia de una perdida, a corto y mediano plazo, los niños pueden tener dificultades para expresarse verbalmente.

En estos casos en los que el niño o adolescente y su familia acuden a recibir la ayuda del psicólogo, el primer objetivo a trabajar será la relación terapéutica y de seguridad con el terapeuta (Villanueva y García, 2000). Será imprescindible no poner prisa al proceso, no impacientar ni a la familia ni al menor por recuperarse, por sentirse bien, por no sufrir. Como se ha dicho anteriormente, el niño tiene que estar triste si así lo siente. Además, aunque sean niños y utilicen la fantasía como herramienta para manejar las emociones, es importante la aceptación incondicional del menos, creer lo que cuenta, no juzgar sus pensamientos, ni mucho menos la intensidad de  estos.

Posteriormente, o una vez que este enganche ya se está forjando, el objetivo a conseguir será favorecer la expresión de las emociones, imprescindible para una evolución y elaboración adecuada de estas. Esto se suele conseguir mediante la utilización del juego terapéutico, los dibujos (Báez, 1998), la música, se puede utilizar la danza, teatro o títeres como instrumento para ayudar a los niños a expresar sus emociones. Los niños también pueden crear un mural, libro de memoria, la caja-memoria, o un collage sobre lo que han perdido o sobre la vida de la persona que murió (Holland, 2008), lo que les gustaría decirles, despedirse o simplemente pensar en ellos.

A su vez, es importante no olvidarse que los niños y adolescentes, por su proceso evolutivo en el desarrollo de su persona, todavía son egocéntrico, para lo bueno pero también para lo malo. Es muy frecuente que mucho de ellos, tras sufrir una pérdida, se sientan culpables o en cierto grado responsables. Por ello, es imprescindible eliminar los sentimientos de culpa que en estos pueda haber, tanto los reales como los fantaseados. Sin llegar a elaborar este aspecto el duelo podría no quedar totalmente resuelto y arrastrar complicaciones emocionales o sufrimiento durante demasiado tiempo.

Aunque en este ámbito del apoyo psicoterapéutico al duelo hay mucho más para decir, es en el siguiente punto, el ámbito escolar, donde más energía quiero focalizar, pues considero que es una idea más novedosa e igualmente importante.

3.3.  La escuela como una posible ayuda

Aunque el duelo es un tema familiar, los niños pasan la mayor parte de su tiempo de vigilia en la escuela, de modo que esta tiene el potencial de ser un refugio seguro para ellos. Si se establece una relación de confianza y el niño o adolescente disponen de información precisa, será más posible evitar el desarrollo de los mitos acerca de una muerte, que pueden complicar aún más el duelo.

El personal de la escuela tiene que ser conscientes de las posibles repercusiones que puede tener sobre los niños la muerte, para que puedan responder a las sus necesidades adecuadamente. El impacto de la pérdida no es fácil ni previsible, ni es siempre reconocido por los demás. Por ello, un maestro sensible y adecuadamente formado, que es capaz de reconocer las necesidades de los alumnos es fundamental (Holland, 2008).

Para poder abordarlo adecuadamente, el personal en la escuela debe ser conscientes de cuándo los niños están afligidos, y así responder de manera adecuada y eficiente. Es en este punto donde la formación adecuada contribuye a crear conciencia de cuestiones tales como que el regreso a la escuela después de una muerte puede ser problemático para los niños, pues suelen sentirse ignorado, aislado, avergonzado, incierta, y diferentes (Holland, 2008). Además del conocimiento de que algunos adolescente suelen renunciar a hablar con sus amigos acerca de la perdida sufrida, que muchos no tienen a nadie que se pueda hablar en profundidad sobre ese tema, o incluso sentir que podrían ser burlado por ser ‘a normales’.

Sería de gran ayuda preparar a los compañeros de la clase del alumno para responder adecuadamente cuando estos regresan. Los niños pueden necesitar orientación sobre la manera de ayudar a otros compañeros y para ello  el profesorado debe estar bien preparado y organizado.

A su vez, es importante que el resto de su vida escolar se mantenerse lo más constante posible, ya que el deber de cumplir con las normas les ayuda, aunque entendiendo lo peculiar de la situación. Es decir, se les podría permitir que un alumno en duelo pueda elegir una “persona especial” si necesitan a alguien con quien hablar o en algunas clases asignar una “zona tranquila” donde los niños pueden ir a sentirse seguros. Incluso, es posible permitirle al alumno llamar por teléfono a casa si es necesario, ya que algunos los niños pueden ponerse ansiosos y preocupados por que el resto de sus padres también pueden morir (Holland, 2008).

Los profesores deben ser conscientes de estas cuestiones y para ello, debe recibir formación adecuada en duelo por parte de equipos de psicólogos especializados.

3.3.1.  Hacia un modelo de apoyo: la experiencia de Hull

Ejemplo de esta formación e involucración del medio académico como apoyo emocional en niños o adolescentes que están pasando por un duelo es el proyecto Lost for Words (Holland, 2008), realizado en Inglaterra. Fue un proyecto conjunto entre Dove House (hospicio local en Hull) y el Servicio Psicológico de la comarca. En este se pretendió proporcionar asesoramiento en las escuelas sobre el duelo en la infancia y las consecuencias de ello en las aulas, capacitar al personal en cuanto a cómo responder con los niños después de una pérdida y cómo utilizar el plan de estudios de manera proactiva para preparar los niños para futuras pérdidas.

Fue difícil aislar los efectos de proyectos como Lost for Words ya que había muchas otras variables que interfería, pero se percibió que el porcentaje de escuelas con personal capacitado ha ido aumentando paulatinamente gracias a los buenos resultados y esto ha fomentado una adaptación emocional superior en los niños y adolescentes de la región (Holland, 2008).

 

 4.    CONCLUSIÓN

El duelo en la infancia o adolescencia no se diferencia excesivamente del que padecemos los adultos ante una perdida importante, aun bien es cierto que ellos cuentan con menos herramientas para elaborarlo adecuadamente. Como hemos mencionado anteriormente, para poder elaborarlo es necesario ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida, valorar su importancia y soportar la frustración que conlleva, y los niños o adolescentes no siempre pueden llegar a hacer una introspección tal sin ayuda. Por eso, el duelo en la infancia o adolescencia es algo más complicado si cabe.

Desde este artículo se quiere plasmar la importancia de dedicar tiempo y espacio emocional a los menores a sufrir, a expresar las emociones de rabia, ira o dolor con naturalidad, a darle la importancia que tiene, porque ellos sí entienden que perder algo duele, la entienden y lo padecen.

Para ello, considero que, el tema de la muerte, al igual que lo que ocurre con la educación sexual, es potencialmente problemático, pero la introducción de estos temas en la educación puede ayudar a los alumnos a comprender los efectos y consecuencias de la pérdida y, por tanto, esperar a estar mejor preparados cuando se encuentren con una pérdida en sus vidas. Esta educación sobre la muerte debe hacerse antes de una crisis.

La investigación concluye que a menudo se produce una falta de ayuda y respuesta a las necesidades de los niños y los jóvenes después de la muerte de un pariente cercano (Holland, 2008). Y considero que existe una gran necesidad de que los gestos se traduzcan en ayuda real para los menores, desde la orientación familiar, la psicoterapéutica, pero también, pudiéndose hacer quizás a través de la presencia en las escuelas de profesores que están dispuestos y sean capaces de escuchar y responder. Para ello requerirán una formación específica otorgada por equipos de psicólogos especializados.

Irati Mariscal

Lda. En  Psicología

 

BIBLIOGRAFIA

  • Báez, M. (1998). El proceso de elaboración del duelo en la infancia: una experiencia clínica. Revista de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente, SEPYPNA, (26), 115-129.
  • Bayés, R. (2001). Psicología del sufrimiento y de la muerte. Barcelona: Martínez Roca.
  • Donzino, G. (2006). Duelos en la infancia. Características, estructura y condiciones de posibilidad. Cuestiones de Infancia, 3 (32), 39-57.
  • Gómez Sancho, M. (2004). La pérdida de un ser querido. El duelo y el luto. Madrid: Arán ediciones.
  • Holland, J. (2008). How schools can support children who experience loss and death.  British Journal of Guidance & Counselling, 36 (4), 411-424.
  • Mazaira, J. y Gago, A. (1999). Efectos del fallecimiento parental en la infancia y adolescencia. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 19 (71), 407-418.
  • Villanueva, C. y García, J. (2000). Especificidad del duelo en la infancia. Psiquiatría Pública, 12 (3).

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